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Octobre 2021
Lluvia Editores, un éditeur de grande qualité à Lima, Pérou, associé avec l’Harmattan, nous offre la traduction d’un livre important de Jacques Ténier dont on doit bien reconnaître chaque jour qu’il est d’une grande actualité.
La tradición de las naciones como la de los hombres los lleva a enfrentarse a cualquier precio. Hasta 1945, el primer campo de batalla era el continente europeo. La fundación de las Comunidades Europeas llegó para sancionar los desastres provocados por las guerras mundiales e instituyó los pensamientos de cooperación y paz. Juntos, los europeos occidentales prosperan. No tienen, sin embargo, ninguna curiosidad por los encuentros pacíficos en los otros continentes ; varios países continúan conjeturando sobre el belicismo vendiendo armas. Medio siglo ha pasado y el libre comercio mundial amenaza con disolver las alianzas regionales. Si el capitalismo sin fronteras participa en el desarrollo de ciertas regiones, rompe las solidaridades de otras. Los más pobres son abandonados en el camino. Se buscan soluciones aparentes dentro de un nacionalismo renovado. Las solidaridades deben ser reinventadas en la apertura de las naciones hacia sus naciones vecinas y en la organización de las relaciones entre las regiones del mundo, puesto que fundadas sobre la confianza y sobre la solidaridad del fuerte al débil, las integraciones regionales que no se limitan al comercio ofrecen medios de acción al servicio de todos. El reconocimiento mutuo de estas experiencias es un hilo de Ariadna en el laberinto de la globalización.
1. ¿De qué manera se explica cómo el mundo moderno debe esforzarse para deshacerse de ideologías propias de las antiguas regiones del mundo ?
Desde hace quinientos años, el despliegue del capitalismo y la construcción de las naciones están enlazados. El progreso técnico vino acompañado de un desarrollo económico, y las luchas sociales y políticas dieron lugar a un mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones, pero de manera desigual ; y solo en ciertos casos permitieron fundar un sistema de protección social, sobretodo en Europa ; y en Costa Rica y Uruguay en América Latina. Estos últimos treinta años la aceleración de la globalización se tradujo en la acentuación de la desigualdad entre países y al interior de cada uno, a menudo por el saqueo del medio ambiente natural.
Tanto los aspectos ecológicos como sociales nos conducen hoy a incentivar las acciones comunes posibles entre países vecinos, y a reducir las actividades económicas que no tienen una base geográfica ni fundamento democrático. El mayor desafío para un país y su población es buscar superar los conflictos con los países vecinos y enfrentar juntos los diversos retos : sin un apaciguamiento de las relaciones internas de la sociedad, y de sus relaciones con sus vecinos, los éxitos económicos seguirán siendo un espejismo en provecho de una minoría de clases dirigentes y en desmedro de mejores condiciones de vida.
2. ¿Por qué los pueblos de otros mundos, como los países de Latinoamérica, deben encontrar en la experiencia europea una fuente de inspiración ?
La experiencia de la reconciliación europea, en la segunda mitad del siglo XX, es una fuente de inspiración, entre otras. Nos demuestra que las peores calamidades, dos guerras mundiales y un genocidio, no destruyen el porvenir, si hombres y mujeres de buena voluntad, representados por sus pueblos y sus dirigentes, logran hacer prevalecer las condiciones de una vida en común por sobre la perpetuación del odio.
Contrariamente a lo que piensan ciertos dirigentes europeos, su experiencia no se puede reproducir exactamente en otros continentes, que deben ante todo actuar a partir de sus propias experiencias, por ejemplo, en América Latina se debería no solo buscar la resolución de conflictos entre países vecinos, como Perú con Ecuador o con Chile, sino también tener una relación menos desigual con Estados Unidos y, en primer lugar, apaciguar las relaciones internas entre los diferentes componentes de la sociedad nacional.
3. ¿A qué se refiere que “la organización pacífica de las relaciones de vecindad entre los pueblos puede ser la ley del siglo” ?
Los rodillos compresores de la globalización capitalista y de la revolución numérica podrían hacernos creer que el espacio y el tiempo ya no existen. Mi convicción es por el contrario que los peligros del siglo XXI, ecológicos y climáticos, sociales y sanitarios, solo podrán ser afrontados a partir de situaciones geográficas e históricas que constituyen las colectividades humanas. Es cuando la situación en las fronteras se apacigua entre Perú, Bolivia y Chile o entre Perú y Ecuador que las perspectivas de un porvenir común se abren a sus pueblos, así como la posibilidad de afrontar juntos las consecuencias del cambio climático sobre el deshielo de los nevados andinos y sobre el aprovisionamiento en agua. Si se tuvieran que trazar vías de acción a nivel mundial, como en la próxima conferencia sobre el clima en Glasgow-Escocia, por ejemplo, se deberían tomar decisiones concretas a diferentes niveles : local, nacional y también regional. El porvenir de los países vecinos que comparten nevados, mares, ríos, selvas, depende de su capacidad a protegerlos y a administrarlos de manera conjunta.
4. Si una perspectiva regional nos otorgará un beneficio plural, ¿de qué manera se puede concretar esta idea ? ¿Cómo se logrará en latinoamericana donde impera la dependencia económica con Europa, Japón y Estados Unidos ?
El párrafo anterior aporta los primeros elementos de respuesta. Los países vecinos podrían alimentar continuamente el fuego creador de sus pueblos haciendo posible la realización de acciones comunes tanto en el ámbito de la educación y la cultura, como en las infraestructuras ferroviarias, viales o energéticas. Esas acciones pueden conducir a reducir su dependencia con relación al mercado mundial, tal como lo avizoraron en los años 1950 y 1960 los economistas de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL). Es justamente un movimiento contrario al desencadenamiento de la globalización comercial de estos últimos treinta años, que somete a las naciones al movimiento errático del capital. Es un modelo de apertura comercial y financiera sin discriminaciones que debe ser rediseñado en vistas de un afianzamiento de las complementariedades entre economías vecinas, condición imperativa para reducir el balance de carbono de las naciones y sus empresas.
5. A 200 años de la independencia, ¿cómo el Perú debe integrarse a esta perspectiva regionalista que le permita una visión integradora ?
Como ya indicado, el porvenir pasa de manera concomitante por una reducción de las desigualdades internas en la sociedad, una mayor coherencia, y por el lanzamiento de proyectos en común con los países vecinos. Estas dos condiciones no pueden estar disociadas, son dos caras de una misma realidad. De esta manera se podría configurar un nuevo espacio, no solo físico, sino ante todo mental y social, donde los jóvenes peruanos de todas las clases sociales podrían auto considerarse como peruanos, andinos, sudamericanos y latinoamericanos.
6. ¿Cuáles son los retos para que la región Latinoamérica pueda alcanzar la experiencia europea ?
El desafío que deberían enfrentar los dirigentes, así como los pueblos, es el de seleccionar y hacer prevalecer una pequeña cantidad de grandes retos, en el ámbito de la globalización, que a todas luces serian superados mejor juntos que separados. Por ejemplo :
Expresarse al unísono en los encuentros comerciales, tal como lo hacen los países del Caribe, los únicos en la región ;
Preparar de manera conjunta los grandes encuentros internacionales, sobre el clima, por ejemplo ; negociar en bloque con los Estados Unidos, la China o la Unión Europea, y no de manera separada.
Los países de esta vasta región podrían igualmente lanzar grandes proyectos educativos y culturales comunes, siguiendo el ejemplo de la Universidad latinoamericana instalada en Foz do Iguaçu - Brazil, iniciativa del presidente Lula da Silva. De esta manera se podrían escuchar las voces latinoamericanas de las nuevas generaciones en el escenario de la globalización.
7. ¿La Comunidad Andina se asemeja a este modelo ? ¿Cuál sería su balance desde la perspectiva del modelo europeo ?
Los primeros años del Pacto Andino en los 70 se iniciaron construyendo complementariedades entre las economías de los países participantes, cubiertos por una protección aduanera común con respecto a las importaciones de América del Norte o de Europa. Desgraciadamente, en los 80, los países productores de petróleo se apartaron, principalmente Venezuela y Ecuador. El Chile del general Pinochet sirvió de laboratorio a una apertura comercial desaforada en desmedro de un fortalecimiento de las bases productivas sudamericanas y de un desarrollo de las industrias nacionales. Los años 90 vivieron el refuerzo de las instituciones comunitarias, con sede en Lima, pero el autogolpe en Perú fragilizó nuevamente la Comunidad Andina. En los años 2000, el retiro de Venezuela fue un nuevo golpe fuerte. Hoy la Comunidad Andina, constituida por solo cuatro Estados, no puede permitirse perder otros miembros. Dos posibilidades compatibles entre ellas se perfilan :
1. Proseguir con el acercamiento no solo comercial sino institucional con los países del Mercosur ;
2. Profundizar su unidad política afianzando las instituciones andinas (dar poderes reforzados a una Comisión realmente supranacional, elegir un Parlamento con voto universal) y conduciendo conjuntamente algunas grandes políticas (comercio exterior, transporte, agricultura, protección del medio ambiente, incluso el sector minero).
8. ¿Cuál es la intención del autor para “hacernos el camino fácil” para lograr esta visión regionalista ?
La cultura y la educación es el comienzo de todo. Es en el colegio que se forman los futuros ciudadanos andinos. Con respecto a las otras regiones del mundo, ya comparten un mismo idioma, el castellano. Los jefes de Estado de la región podrían reunir una comisión de historiadores con el fin de proponer manuales que cuenten la historia en común, tal como se realizó entre Alemania y sus países vecinos Francia y Polonia. El sentimiento de proceder de una futura comunidad andina, en tal espacio geográfico, a ese nivel, supone una evolución de la mirada puesta sobre el ciudadano del país vecino, al que la historia de las naciones erigió largo tiempo como adversario y hasta enemigo. Si en ese mismo movimiento, la enseñanza pone de relieve los retos comunes que podrían afrontarse, les seria mas fácil a las nuevas generaciones proyectarse en esa esfera de acción.
Faire la paix, quelle drôle d’idée aujourd’hui ! Tout le monde en parle, et surtout les dirigeants uniques de vastes États aux menées impérialistes à peine dissimulées. Tous agissent au nom de la paix. Ou plutôt de LEUR paix. Voilà qui n’est pas nouveau, et l’utilisation forcenée des techniques d’information actuelles n’y pourra rien changer. Les contes de notre enfance regorgeaient déjà des manœuvres dolosives des ogres ou des vilaines sorcières surtout avides d’attirer à eux les bambins trop confiants.
Mais voyons aussitôt que Jacques Ténier précise qu’il convient d’agir pour la paix dans des régions du monde qu’une certaine modernité politique a entrepris de repenser. Loin de se résumer ici au simple énoncé des caractéristiques géographiques des territoires, le propos consiste à faire mieux connaître la réalité des modalités politiques originales élaborées en commun pour qu’elles correspondent plus étroitement avec l’âme des pays et le respect de leurs diverses populations. Elles ne sont sans doute pas si neuves que cela les idées évocatrices de l’humanisme si cher aux anciens, à Érasme, à Montaigne et à Montesquieu ; le rappel des principes fondateurs du rapprochement entre les États s’accorde aux multiples conceptions qui proposent de sortir de l’intolérance et d’accorder à la frontière l’importance qui lui revient dès lors qu’elle redevient un lieu du contact, d’échange, plutôt que de séparation. Voici le temps assumé de la redécouverte de l’Autre, celui qu’on renonce à traiter de barbare, ou de muet, pour la seule raison qu’il ne partage pas notre langue. La frontière devient alors le chemin de la paix après qu’elle a été l’origine immémoriale de la violence, la violence dirigée vers son frère d’abord, les gens du groupe d’à côté ensuite, et pour finir les occupants des terres au-delà d’une barrière péniblement érigée.
La violence et la guerre trouvent une légitimation à jeter le doute sur le droit de l’Autre à subsister, comme si cette simple existence concomitante devait se développer au détriment de celui qui revendique précisément le droit à la guerre. Étienne de La Boétie nous rappelait il y a bien longtemps déjà qu’il était dans la nature des hommes d’être libres « puisque nous sommes tous compagnons », mais que dans le même temps un grand nombre d’hommes sont « ensorcelés » par le nom d’un seul homme, un homme « qu’ils ne devraient [pas] redouter puisqu’il est seul, puisqu’il est envers eux tous, inhumain et cruel ». Et c’est dans le but de s’assurer de cette servitude volontaire que le tyran joue de la guerre comme d’un recours censé protéger de l’extérieur un peuple entretenu dans certains de ses instincts néfastes par un manque de diffusion culturelle soigneusement assumé. E. Hobsbawm disait que, parmi différentes modalités l’autorisant à revendiquer l’appellation de « nation », et à se prétendre grand, un peuple se devait de faire la preuve de sa capacité de conquête, de se montrer impérialiste. Maintenir son illégitimité par la force despotique à l’intérieur de ses frontières, ou par la rivalité avec les voisins, par la guerre, est un artifice vieux comme le monde. La paix, voilà l’ennemi pour le pouvoir solitaire ! On voit bien aujourd’hui encore dans plusieurs continents que cet appareillage peu subtil de menaces, qu’elles soient matérielles, politiques ou économiques, s’attaque désormais plus volontiers à des ensembles régionaux cohérents formés par des pays, par des États tellement meurtris par l’Histoire qu’ils ont fini par douter d’une vérité égoïste et ont décidé de faire, et de maintenir, la paix ensemble. Les tyranneaux, clowns pathétiques, oppresseurs vicieux, despotes insensibles, ne peuvent supporter l’émergence d’organisations efficientes battant en brèche leurs prétentions à prolonger dans un temps qu’ils imaginent éternel, et dans une région généralement réinventée, leur triste pouvoir et leur cassette déjà abondamment garnie. Face à ces despotes, les constructions régionales telles que la Communauté européenne, désormais Union, entreprennent une répartition du pouvoir sur les peuples qui la composent en faisant éclater peu ou prou le carcan des prétentions nationalistes qu’on voudrait croire surannées, mais qui, il faut le reconnaître, résistent encore sous certaines latitudes.
Il est bon qu’un livre comme celui de Jacques Ténier nous expose de façon aussi précise comment un monde moderne doit s’efforcer de se défaire des pesanteurs idéologiques propres aux antiques régions du monde, c’est-à-dire à ces espaces plus ou moins vastes où la malfaisance éventuelle d’un groupe d’individus revêtus des oripeaux du nationalisme se verrait confrontée à des communautés de pays accordant plus de poids aux rapports humains, aux échanges culturels (et pourquoi pas économiques), à l’éducation, à la science, à d’heureuses politiques propres à rapprocher les êtres.
En relativisant les frontières, comme dans les constructions régionales en formation, l’homme moderne limite le pouvoir accordé à celui qui feint de se mettre au service des siens. Nous n’ignorons plus que les sentiments identitaires instillés par le nationalisme et le populisme visent surtout à détourner vers les représentants d’une identité concurrente l’animosité d’un peuple lassé des exactions de ceux qui l’exploitent directement. En relativisant les frontières, ne s’agit-il pas pour les politiciens de s’atteler à une tâche exaltante qui consisterait à replacer l’homme dans la maîtrise de son destin. D’où qu’il provienne, l’homme sera alors en mesure de découvrir le voisin, prendre conscience qu’il est son « compagnon naturel », le comprendre, relativiser la portée de positions identitaires opposées aux valeurs humaines communes. Faisant fi de l’imperméabilité des frontières, il s’apprêtera à reconsidérer l’Autre venu des continents lointains, il tendra à redonner de l’importance à un système de valeurs mis à mal depuis des siècles, et peut-être finira-t-il par maîtriser ce réseau informe de communications « sans frontière » en train d’émerger. Pour le citoyen ouvert sur le monde, les constructions régionales sont apaisantes car au bout du compte, comme le suggère J. Ténier , « les relations interrégionales sont des réalités humaines avant d’être des constructions politiques, des entreprises économiques » (p. 136).
Alors oui, la construction régionale est difficile à mener. Elle fait l’objet d’attaques multiples, de l’intérieur comme depuis l’extérieur. Les nationalistes d’extrême-droite de l’intérieur toujours portés sur le culte du chef y perçoivent l’ennemi extérieur et ils ne cessent par exemple de vilipender les fonctionnaires sans visage de Bruxelles, tandis que, soucieux d’un expansionnisme dans lequel ils trouveraient toujours à se placer, les tenants d’une Internationale pilotée par un grand État-Nation frère n’hésitent pas à critiquer une idéologie opposée à de prétendus principes. Et depuis l’extérieur, il ne manque pas de de dirigeants tout-puissants de grands ensembles géographiques (à l’histoire aussi approximative que revendiquée) pour rêver d’entraver de telles constructions capables d’atteindre une taille de fonctionnement qu’ils jugent pour eux critique. Jacques Ténier nous dit qu’ « il nous faut penser le monde comme faisant société et non pas comme l’ailleurs de nos conquêtes et de nos défaites ». De quoi déplaire à ceux qui ne goûtent guère qu’un principe d’intégration ne visant même pas à constituer un bloc de pouvoir supranational authentique, vienne défier des grands ensembles déjà formés qu’ils tiennent pour leur propriété. Comment supporter ces idées venues des Lumières qui risquent de leur faire de l’ombre ? L’humanisme leur fait horreur, la volonté de partager avec l’Autre choque leur tendance à privilégier les intérêts individuels en toutes circonstances.
Le chemin est long qui mène à la reconnaissance pleine et entière des régions du monde comme vecteurs de paix. Raison de plus pour lire Jacques Ténier, et nous persuader qu’il n’existe pas véritablement d’autre chemin digne de l’avenir.
Dominique Fournier