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>>Genocidio y verdad. El primer reconocimiento al genocidio armenio en la historia universal. Uruguay, 1965, par Gerardo Caetano

L’Uruguay ! Un pays décidément essentiel, et pas uniquement pour l’Amérique latine, mais plus généralement pour toutes les régions du monde animées par la volonté de préserver le vivre ensemble. L’ambassadeur Omar Mesa nous l’avait dit ici (http://www.ameriquelatine.msh-paris.fr/spip.php ?article851), et Gerardo Caetano, chercheur éminent, historien, politologue, professeur d’université, membre de l’Académie Nationale des Lettres et des Sciences de l’Uruguay, nous le rappelle. Son article nous donne à comprendre à quel point son pays a su être pionnier en matière de démocratie, d’égalité des sexes, de liens entre les pays, parce qu’il a depuis longtemps été guidé par le souci du respect des libertés fondamentales.


Montevideo, juillet 2020

Genocidio y verdad. El primer reconocimiento al genocidio armenio en la historia universal. Uruguay, 1965


Gerardo Caetano

¿Cómo fue posible que armenios y uruguayos hayan podido converger de manera tan entrañable desde sus historias tan disímiles ? Un pueblo varias veces milenario, con una historia épica de lucha incesante y persecución, que se cruza en el momento más dramático de su trayectoria con un país pequeño, mucho más joven pero también formado desde sus raíces por la inmigración y la aventura de la diáspora diversa. Aquellos primeros armenios uruguayos, con su tragedia a cuestas pero también con su cocina inimitable, sus artesanos, su capacidad de resurgir una y otra vez, su fe inconmovible. Y frente a ellos la recepción de un país ofrecido como “tierra de promisión”, con el anhelo de ser un “país modelo”, para todos los uruguayos, “vengan de donde vengan”, receloso por origen frente a los grandes con vocación imperial, tanto los cercanos como los distantes. No cabe duda que pese a sus grandes diferencias, armenios y uruguayos pudieron entrelazar sus historias por valores compartidos.

Ese vínculo originario de los primeros encuentros, tras la inmigración aluvional de fines del siglo XIX y comienzos del XX, requería sin embargo una reafirmación honda, de proyección universal, vinculada sin duda y nada menos que con el reconocimiento de un genocidio. Esta finalmente ocurrió en abril de 1965, cuando se cumplían 50 años de la nefasta fecha de recordación. Aquella señal que se tradujo en la aprobación parlamentaria de una ley, venía a concretar la lucha sostenida por décadas del pueblo armenio en Uruguay, con sus diversas organizaciones convergentes en la defensa de la Causa Armenia. Pero para que ello pudiera concretarse pesó también la solidaridad de muchos uruguayos, pertenecientes a distintos partidos y organizaciones sociales.

El proyecto de ley finalmente aprobado, fue presentado el 29 de enero de 1965. Llevaba la firma de los máximos dirigentes de la Lista 99 encabezados por su líder Zelmar Michelini, legendario legislador uruguayo que sería asesinado en mayo de 1976 por los esbirros de la dictadura civil militar en Buenos Aires, en el marco de un operativo represivo del Plan Cóndor, que coordinaba las acciones de terrorismo de Estado en el Cono Sur por entonces. En el proyecto de ley original también firmaban Martínez Moreno (figura principalísima en todo el proceso), Hugo Batalla y Aquiles Lanza. El proyecto decía textualmente :

“Artículo 1º. - Declárase el 24 de abril próximo ‘Día de recordación de los mártires armenios’, en homenaje a los integrantes de esa nacionalidad asesinados en 1915.

Artículo 2º. - Las emisoras del Servicio Oficial de Difusión Radio Eléctrica deberán en esa fecha realizar parte de su programación en homenaje a la mencionada nación.

Artículo 3º. - Autorízase a los descendientes de armenios que desempeñen funciones públicas a faltar en dicha fecha a sus oficinas”.

En la exposición de motivos, con la pluma de Martínez Moreno, se mostraba un detallado análisis y conocimiento detallado de la causa armenia. Se señalaba entre otras consideraciones : “Hace ya años el Uruguay signó un tratado por el que se repudia toda forma de genocidio. En este año de 1965 se cumplen los cincuenta años de uno de los genocidios más terribles que ha conocido la historia. En tierras del Cercano Oriente, en lo que era el viejo y ya decadente imperio otomano, en las mismas tierras en que pasaron en otro tiempo los asirios arrasando pueblos y masacrando cuanto ser viviente quedaba, se cometió con terrible frialdad, el peregrinaje hacia la muerte del pueblo armenio, cuya destrucción había determinado previamente un núcleo tan joven como despiadado de políticos. El hecho de que fuera durante una conflagración mundial, de que mediaran entonces excusas de carácter bélico, de que la persecución universal quedara un tanto atenuada por la conmoción permanente, que fuera el frente occidental, y las malas comunicaciones con el imperio otomano, determinaron que el acontecimiento no tuviera entonces la trascendencia que lógicamente debió de haber tenido. El conocimiento mismo del problema, denunciado en Inglaterra, en Estados Unidos y en otros países aliados, fue llegando siempre con tardanza, y su misma magnitud no se confirmó sino a través del tiempo. Un pueblo entero fue condenado a morir. Se pretendió desechar en un país a una minoría, que era entonces de más de un millón de personas, y se quiso hacerlo por el procedimiento de aniquilar físicamente a todos sus integrantes. Examinados los acontecimientos en esta segunda post-guerra pueden parecer menos importantes que los del genocidio del pueblo judío llevado despiadadamente a cabo por los nazis, pero sin embargo se puede afirmar que fue tan fríamente planeado como aquél y llevado a cabo con una crueldad increíble. Han pasado los años, y el destrozado pueblo armenio ha padecido en mil caminos antes de rehacerse en la diáspora. La historia de cada familia es la narración de incontables padecimientos, crueldades, persecuciones y finalmente la ansiada fuga que pudo lograr el milagro de la reconstrucción de la nacionalidad en el destierro. Más de un millón de asesinados es la síntesis de uno de los genocidios más brutales, en los que se ensañó contra los armenios la diferencia de religión, costumbres y culturas en el medio hostil en que le tocó en desgracia actuar. Los similares con las persecuciones efectuadas por los nazis son tan grandes que, a veces éstos parecen imitadores de ‘los jóvenes turcos’. Hasta el mismo léxico es usado : así es como Abdul Hamid decía : ‘el modo de acabar con la cuestión armenia es acabar con los armenios’. Y en frase que pudo parecer una profecía, otro de los verdugos, Talaat Bey, afirmaba : ‘Después de esto no habrá cuestión armenia por cincuenta años’. Hoy los armenios son una dispersa nación, que vive constituyendo una minoría nacional en casi todos los países civilizados. Se han integrado en todas partes y sus componentes son excelentes ciudadanos, útiles, laboriosos y pacíficos en todos lados. Pero siguen manteniendo vivo el espíritu nacional que determinó su sacrificio, siguen aferrados a su religión, a sus costumbres, a su deseo final de que un día la colectividad mundial de países les reconozca como nación su derecho a tener un solar nacional en donde puedan vivir su destino histórico. Han vuelto los armenios a ser una colectividad numerosa. Varios millones son hoy los que viven y se destacan en la Unión Soviética y otros países de Europa y cientos de miles por lo menos son los que se arraigaron en nuestra América. En nuestro país varios miles se integraron con el correr del tiempo y constituyeron una numerosa y progresista colectividad. Hoy todos piensan que este año de 1965, debe de ser un año de recordación del millón de armenios exterminados hace medio siglo, y todos tienen el anhelo de que este recuerdo tenga el significado de un homenaje mundial a las víctimas de esa persecución, y a la vez de ratificación del principio de repudio a toda forma de genocidio. Hace cincuenta años, en un célebre discurso pronunciado por Lord Bryce en la Cámara de los Lores el 6 de octubre de 1915, decía que ‘la única probabilidad de salvar lo poco que queda de esta antigua e infortunada nación cristiana está en que la opinión pública se haga sentir en el mundo entero, y especialmente en las naciones neutrales’. Los hechos negaron entonces razón al parlamentario británico, pero cabe afirmar a los cincuenta años de la masacre, que quienes quedaron al margen de este episodio como países deben hacer una pausa para recordar, para homenajear a este pueblo occidental en costumbres pero insertado en la meseta del bíblico Monte Ararat, cristiano por una temprana determinación que provocara quince siglos más adelante su casi aniquilamiento, culto y trabajador por tradición”.

Y Martínez Moreno concluía señalando : “Los legisladores que firman este proyecto han pensado que el Parlamento debe sancionar una ley por la que se declare el 24 de abril de este año día de recordación de la tragedia del pueblo armenio, como homenaje a sus mártires y a la vez como ratificación del repudio que nuestro país siente por toda forma posible de genocidio. El hecho de que el día sea laboral no impedirá sin duda de que (la) declaración tenga toda la trascendencia que la importancia de tal recordación supone. Tales los principales fundamentos tenidos en cuenta para la presentación de este proyecto de ley”.

Por iniciativa del entonces diputado Enrique Erro, en el intercambio parlamentario se agregó un cuarto punto al proyecto de ley, el que definió : “Desígnase con el nombre de ‘Armenia’, la Escuela de 2º grado Nº 156, del Departamento de Montevideo”. La escuela, que aún mantiene su nombre, está ubicada en la calle Luis Alberto de Herrera. En 2015, al cumplirse 50 años de la denominación, los alumnos realizaron distintas actividades para celebrarlo. Desde dibujos hasta afiches con las banderas de Armenia y Uruguay juntas. También actos con autoridades de Enseñanza Primaria y de la comunidad armenia, bailes con trajes típicos y hasta un video. Incluso recibieron a un alumno que había cursado allí en 1965. También se presentó un cuadro referido al Monte Ararat, “el símbolo de la cultura armenia”.

La propuesta presentada encontró amplia recepción en el Parlamento. Su proceso estuvo marcado por la “urgencia” de que el proyecto fuera aprobado antes de abril. La Cámara de Diputados la aprobó el 6 de abril. Al día siguiente el Senado quedó sin quórum cuando lo trataba, pero finalmente pudo sancionarlo en la noche entre el 20 y el 21 de abril. El Consejo Nacional de Gobierno promulgó la ley el 22 de abril. La Ley fue identificada con el número 13.326. Fue la que, desde abril de 1965, formalizó –por primera vez en el mundo– la idea de recordar la causa armenia. Y lleva como título “Día de recordación de los mártires armenios”.

Pasado el tiempo, aquella ley uruguaya de 1965 marcó un punto fundamental de la causa armenia. Sirvió de referencia y dio un renovado impulso a sus reclamos. O, como señaló Coriún Aharonián, por entonces uno de los principales activistas de la “Causa Armenia” en Uruguay : “Esa ley sigue siendo una rareza, que convierte al Uruguay en un país pionero en el reconocimiento del genocidio, se le llame como se le llame. Otros países se permitieron pasar de largo al lado del genocidio, y no homenajearon a los muertos armenios hasta el 70º aniversario, o más tarde aún. Otros, todavía no lo han hecho”.

* * *

Tal vez lo primero que se imponga para resaltar aquel acto de reconocimiento sea marcar con detenimiento lo que distingue a un genocidio de otro tipo de matanzas o crímenes de lesa humanidad. Siguiendo en este punto a Yves Ternon en su texto “El Estado criminal. Los genocidios en el siglo XX”, [1] este autor, en relación a la definición jurídica del concepto, remite en forma prioritaria a dos fuentes de Derecho Internacional : la Convención para la prevención y la sanción del delito del genocidio, y la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. La primera fue adoptada y abierta a la firma y ratificación, o adhesión, por la Asamblea General de Naciones Unidas en su resolución 260 A (III) de 9 de diciembre de 1948, con entrada en vigor el 12 de enero de 1951, de conformidad con el artículo XIII. Se convirtió en la ley nacional de Uruguay Nº 13.482 el 7 de julio de 1966. Por su parte la segunda Convención a que hacemos referencia, fue adoptada y abierta a la firma y ratificación por la Asamblea General de la ONU en su resolución 2106 A (XX) del 21 de diciembre de 1965, con entrada en vigor a partir del 4 de enero de 1969, de conformidad con el artículo XIX. Se convirtió en la ley nacional Nº 13.670 el 1º de julio de 1968. [2]]] Adviértase la relevancia jurídica a nivel internacional de aquellos años 60, así como que en su promulgación como ley nacional, la ley de reconocimiento de 1965 precedió incluso –y sin duda influyó- a la asunción plena por parte de Uruguay de las dos Convenciones antedichas, aprobadas como leyes nacionales en 1966 y 1968.

Cabe remitir a la definición de genocidio incluida en la Convención de 1948 para realizar discernimientos fundamentales. Ella dice en forma textual, en su artículo II :

“En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal :

a) Matanza de miembros del grupo ;
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo ;
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial ;
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo ;
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

Por su parte, en la parte respectiva del “Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional”, la definición de genocidio que se incluye reitera en forma textual los contenidos de la Convención de 1948. [3] Sin embargo, pese a la plena coincidencia jurídica a nivel del Derecho Internacional, la gran mayoría de los autores, entre ellos Ternon, convergen en señalar que el de genocidio es un concepto “esencialmente problemático”, que no puede definirse únicamente desde la dimensión jurídica y que en su abordaje interdisciplinario encuentra no pocos escollos teóricos y epistemológicos. En este sentido, aunque trasciende los límites de este trabajo el objetivo de profundizar en los debates generados en torno a la precisa definición de la categoría “genocidio”, en términos de resumen cabe aludir a algunos de los principales aspectos objeto de controversia :

i) el concepto mismo de criminalización de los Estados y los niveles y alcances de supranacionalidad que ello comporta ;
ii) la definición de los grupos de víctimas ;
iii) los modos de definir la intencionalidad de los victimarios y perpetradores de las prácticas de genocidio ;
iv) las implicaciones del carácter total o parcial del aniquilamiento ;
v) el vínculo entre sociedades genocidas y regímenes totalitarios [4]
vi) la problemática distinción entre genocidio y “politicidio”. [5]

No obstante la relevancia fuerte de estos asuntos y de la entidad de los debates suscitados en torno a ellos, más allá incluso del espectro excesivamente amplio de posiciones a que ha dado lugar esta discusión, lo que termina complejizando aun más la operacionalización analítica de la categoría, [6] existen también algunos temas sobre los que las diferencias se acortan de modo singular. Uno de los ejemplos más evidentes de ello refiere al tópico del negacionismo, que si ha tenido muchos ejemplos en el pasado siglo XX, tiene en el caso de lo ocurrido –y que sigue ocurriendo- con el genocidio armenio un ejemplo auténticamente paradigmático. La retórica genocida, además de buscar la deshumanización de las víctimas, concluye casi siempre en la negación enfática del crimen cometido. Y aunque parezca casi imposible, como bien señala Hannah Arendt, el éxito de la mentira suele vincularse con la extensión inimaginable de sus alcances. “La inmensidad misma de los crímenes proporciona a los asesinos que proclaman su inocencia con grandes mentiras la seguridad de tener más credibilidad que las víctimas que dicen la verdad”. [7]

En efecto, el tema del negacionismo reiterado de los victimarios configura sin duda uno de los tópicos más relevantes a la hora de pensar la lucha por la prevención de los genocidios y de todas las formas de delitos de lesa humanidad. Como bien señala Ternon sobre este particular : “Si los teóricos del genocidio debaten sobre la naturaleza intencional o funcional de ese crimen, el asesino no tiene ninguna duda. Sabe que el genocidio es un asesinato premeditado y que la incriminación se sustenta sobre la prueba de destruir a un grupo como tal. Sabe que sólo será acusado de genocidio en la medida en que haya materializado la amenaza de aniquilamiento, expresada en su delirio ideológico. Sabe también que, aun cuando mediante leyes perversas haya preparado las condiciones de ejecución del genocidio, puede ordenar esta matanza promulgando una ley que más tarde debería desautorizar si tuviera que rendir cuentas a la comunidad internacional. (…) Así pues, el asesino debe mentir con habilidad y, sin negar la realidad de la destrucción de ese grupo, relativizarla, recusar la intencionalidad y atenuar las responsabilidades”. [8]

Si la responsabilidad del genocidio recae en un Estado o en sus máximas autoridades, el negacionismo suele radicalizarse hasta niveles inimaginables, como son los casos de la aun vigente actitud de Turquía frente a sus innegables y ominosas responsabilidades en la ejecución del primer genocidio del siglo XX, el genocidio armenio. [9] “El Estado –refiere una vez más Yves Ternon- no soporta una acusación de genocidio. Se pega como una ventosa. Si fuera confirmada su culpabilidad, se vería condenado a una reprobación universal. Por tanto, no existe hoy genocidio posible sin negación. Ningún Estado está para dar explicaciones sobre su acto al tiempo que lo ejecuta. Ningún Estado está en disposición de reconocer que ha concebido, y aun menos perpetrado, un genocidio, incluso en un pasado lejano, a menos que quiera romper con ese pasado. Para cada Estado, el genocidio es el crimen de otros Estados. Cuando se le exige que responda a una acusación de genocidio, el Estado criminal no tiene más opción que la de rechazar esta etiqueta y borrar las pistas para sembrar las dudas sobre su intención, con el fin de ser acusado únicamente de haber cometido una trivial masacre que la comunidad internacional incluirá en las pérdidas y ganancias”. [10]

Si como dice Ternon, “no existe hoy genocidio posible sin negación”, toda acción local o internacional de prevención y condena de ese tipo de crímenes masivos tiene que apuntar con fuerza a las mejores formas de contrarrestar y desenmascarar ese tipo de estrategias negacionistas, a través de procedimientos no violentos, universales y rigurosamente coherentes en su implementación. En esa dirección, el antecedente inaugural de la ley uruguaya de reconocimiento del genocidio armenio de abril de 1965 cobra de manera auténtica una significación histórica.

* * *

Aquel pequeño grupo de militantes de la causa armenia y de legisladores uruguayos liderados por el impulso juvenil de un grupo político recién formado, apuntaba sin duda a reunir las raíces con el mañana, a reconocer desde la verdad radical un pasado traumático como único camino posible para la construcción de un horizonte de futuro. Uno de los textos más fecundos de Hannah Arendt, como el titulado en su versión castellana Hannah Arendt, “Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política”. Barcelona, Ediciones Península, 1996. Se trata de una recopilación de textos revisados y ampliados que la autora publicó en varias revistas especializadas, como American Scholar, The Review of Politics, The New Yorker, entre otras. Fue publicada por primera vez en Estados Unidos en 1954, bajo el título Between Past and Future. La primera edición en castellano data de 1996. , se dedica precisamente a explorar varias aristas de este tema.

Resulta muy sintomático que Arendt comience el prefacio de su recopilación con un aforismo del poeta francés René Char : “Nuestra herencia no proviene de ningún testamento”. De esa manera tan particular apuntaba a enfatizar un punto crucial de su reflexión sobre la política y la construcción democrática : en procura de enfrentar la posibilidad del triunfo de la “tentación totalitaria”, en este caso presente en el negacionismo reiterado frente a un genocidio, para ella resultaba indispensable la construcción de un “testamento ciudadano”, un legado que superara el olvido y comunicara el pasado con el futuro, la tradición con el porvenir. “El testamento –señalaba Arendt-, cuando dice al heredero lo que le pertenecerá por derecho, entrega las posesiones del pasado a un futuro. Sin testamento o, para sortear la metáfora, sin tradición –que selecciona y denomina, que transmite y preserva, que indica dónde están los tesoros y cuál es su valor-, parece que no existe una continuidad voluntaria en el tiempo y, por tanto, hablando en términos humanos, ni pasado ni futuro : sólo el cambio eterno del mundo y del ciclo biológico de las criaturas que en él viven”. [11]

El señalamiento acerca de la necesidad imperiosa de construir un testamento tenía que ver en el pensamiento de Arendt con una fuerte reivindicación de la política y con su preocupación –también intelectual- acerca de las posibilidades de retorno de sistemas totalitarios y de prácticas genocidas, circunstancia que a su juicio era estimulada por el predominio de una cultura del olvido. “En mis estudios sobre el totalitarismo –señalaba- traté de demostrar que el fenómeno totalitario (…) se basa en la convicción de que todo es posible, y no sólo permitido, moralmente o de otro modo (…). Los sistemas totalitarios procuran demostrar que la acción puede basarse en cualquier hipótesis y que, en el curso de una dirección coherente, la hipótesis particular se convertirá en verdadera, se convertirá en realidad presente, concreta.”

En ese marco de análisis, Hanna Arendt destacaba la crucialidad de aprovechar lo que llamaba “momentos de verdad”, coyunturas especialísimas en que buenas estrategias de memoria colectiva y la sabia resolución de las tensiones entre el pasado y el futuro podían aportar valores capitales para la consolidación de una construcción política democrática. “… sería de cierta importancia advertir que la llamada al pensamiento surgió en ese extraño período intermedio que a veces se inserta en el curso histórico, cuando no sólo los últimos historiadores sino los actores y testigos, las propias personas vivas, se dan cuenta de que hay en el tiempo un interregno enteramente determinado por cosas que ya no existen y por cosas que aún no existen. En la historia, esos interregnos han dejado ver más de una vez que pueden contener el momento de la verdad.” [12]

En más de un sentido, el proceso que se ha narrado y que culminó con la referida ley uruguaya de abril de 1965 bien puede ser concebido y legado como un “momento de verdad”. Sus ecos todavía están entre nosotros, nos invitan a esa lucha contra el olvido y por la verdad, esa pugna vital que, como todo conflicto genuinamente cósmico, no tiene fin. Es ese legado de verdad el que une para siempre los destinos de armenios y uruguayos. Y cuando la guerra vuelve a asediar en este 2020 la suerte del sufrido pueblo armenio, debe recordarse una vez más los fundamentos cargados de vigencia presente del reconocimiento del genocidio y de la renovada solidaridad con la “Causa Armenia”. Allí radica sin duda un hecho de proyección universal y una visión cierta de un porvenir compartido.

Gerardo Caetano

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