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>>Un sueño desmesurado : Uruguay ante Los Mundiales de Futbol, par Gerardo Caetano



Le grand historien uruguayen Gerardo Caetano nous a offert cet article sur la Coupe du monde de football. C’est un honneur particulier, car nous savons tous à quel point ils sont rares les intellectuels fameux qui savent vraiment de quoi ils parlent lorsqu’ils décident de traiter de sport.


Montevideo, Juillet 2022


Un sueño desmesurado : Uruguay ante los Mundiales de Fútbol

Gerardo Caetano

Ya resulta un lugar común el señalamiento de la relevancia, a distintos niveles, del fútbol en la sociedad uruguaya. Si algo faltaba para confirmar esa idea, el impacto social y cultural del ciclo exitoso de los últimos años de la selección uruguaya, junto a las expectativas que despierta una nueva participación de Uruguay en una Copa del Mundo, han venido a cargar esa percepción con renovado peso simbólico. Y sin embargo, todavía sigue siendo escasa en el país la producción académica y narrativa a propósito del fútbol, en su variedad de facetas y sus complejidades, en particular si observamos lo que está ocurriendo sobre estos temas en la cultura global. Como nación y como colectivo social, los uruguayos todavía no hemos acertado a registrar, en todas sus potencialidades, la hondura y la multidimensionalidad de un asunto que tanto incumbe a la inmensa mayoría de la población.

Esta consideración no implica, en modo alguno, ignorar la producción más reciente en torno a esta materia, que por suerte viene creciendo y con calidad. Pero es que en particular en el campo de la Historia y de las otras ciencias sociales, es tanto lo que resta por hacer que lo primero que se impone es demandar una atención aún mayor y, sobre todo, más profunda. Esta relativa omisión contrasta vivamente con el lugar que los uruguayos hemos otorgado y aún otorgamos al fútbol -y en particular a la Celeste- en nuestra “cultura oral”. Allí reside un escenario de relatos y rituales cotidianos, de discusiones y bromas, de pasiones que permiten alternar alegrías y tristezas, que en forma a veces casi inexplicable, siguen transmitiéndose de generación en generación. Basta abrirse un poco al “pulso popular” para que irradie una saludable interpelación a mucha sabiduría convencional, todavía instalada en ciertos círculos, en lo que refiere a nuestro principal deporte, de manera especial en relación con sus impactos sociales, con la fuerza inspiradora de su historia tan particular, con los ecos todavía persistentes de todo lo que el fútbol ha representado y representa en la construcción de nuestra identidad. Como escenario privilegiado de lo que podríamos calificar de “cosmogonía uruguaya”, campo suscitador de relatos colectivos, de personajes proyectados como héroes míticos y como protagonistas de conflictos y de apelaciones de índole moral, como usina de valores y palabras que nutren buena parte de nuestra filosofía cotidiana, el fútbol uruguayo ha promovido mucho más la narración oral que la escrita. Y por cierto que buena parte de su éxito popular se afinca allí. Pero también ese rasgo establece restricciones, sobre todo a la hora de legar para el futuro el arraigo de tradiciones inspiradoras.
L’équipe d’Uruguay championne du monde 1930

También la Celeste ha tenido entre nosotros un vínculo fuerte con los interminables debates sobre nuestra mentada “identidad nacional”. Pero en esto, mal que nos pese, los uruguayos no han sido tan singulares como han creído y pretendido. “Entre las dos guerras –ha dicho al respecto Eric Hobsbawm, en su libro sobre Naciones y nacionalismos desde 1870– el deporte internacional (…) se convirtió en una expresión de lucha nacional, y los deportistas que representaban a su nación o Estado, en expresiones primarias de sus comunidades imaginadas. Fue el período (…) en que la Copa del Mundo fue introducida en el mundo del fútbol (…). Lo que ha hecho del deporte un medio tan singularmente eficaz para inculcar sentimientos nacionales (…) es la facilidad con que hasta los individuos menos políticos y públicos pueden identificarse con la nación tal como la simbolizan unas personas jóvenes que hacen de modo estupendo lo que prácticamente todo hombre quiere o ha querido hacer bien alguna vez en la vida. La comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyos nombres conocemos. El individuo, incluso el que se limita a animar a su equipo, pasa a ser un símbolo de la nación”.

Con seguridad los ingleses pasarán a la historia por muchas particularidades, en un sentido u otro. Pero la invención del fútbol sin duda les reserva un lugar destacado en los registros de la historia universal. Fue precisamente un lejano día de 1966 cuando yo –el menor de cuatro hermanos varones–, sentado junto a mi padre y mi madre, asistí atónito, desde el living de mi casa de la infancia, a la televisación del partido inaugural del Mundial de ese año, nada menos que entre el anfitrión, Inglaterra, y Uruguay. Curiosamente, mi familia no era muy futbolera ; pero yo ya había descubierto esa pasión inextinguible que ya por entonces comenzaba a habitarme a partir de los relatos de periodistas como Carlos Solé y Heber Pinto, que empujaban a través de sus narraciones radiales mi imaginación a límites insospechados. Luego yo mismo fui futbolista –ese oficio que se profesa para siempre– y hasta llegué a vestir la adorada camiseta celeste en competiciones juveniles, sudamericanas y mundiales. Lo digo con inocultable orgullo –no con eso tan distinto que es la vanidad–, pues allí guardo algunos de mis tesoros más preciados.
L’auteur membre de l’équipe championne du championnat d’Uruguay

Son esos vínculos con la Celeste los que se han venido renovando una y otra vez, entre alegrías y tristezas, de generación en generación, hasta llegar a aquella noche inolvidable del triunfo por penales ante Ghana en el Mundial de Sudáfrica en 2010 –en la que llegué dos horas tarde a una conferencia sobre “Fútbol y nación” que debía dar en el Argentino Hotel de Piriápolis, donde sin embargo todavía nos estaban esperando–, o a aquella tarde milagrosa de 2014 en que Luis Suárez volvió de las sombras y pudimos ver, con mis dos hijos, sus dos golazos frente a Inglaterra, en un itinerario que el narrador más optimista nunca podría haber imaginado.

Aunque a menudo de manera simplificada, muchos estudiosos han insistido en el paralelismo de los derroteros históricos de nuestro fútbol y de nuestra peripecia social. Para muchos puede resultar tentadora la asociación entre los grandes triunfos deportivos y la era de prosperidad de los “tiempos clásicos”, al igual que la vinculación entre las primeras grandes derrotas y los inicios de la “crisis estructural” de mediados de los cincuenta en el siglo XX. Confieso que ese paralelismo –un poco provinciano de más, intransferible a otras sociedades– nunca me ha resultado convincente como “criterio de periodificación”. En particular, lo creo unido a un modelo de interpretación que casi inevitablemente desemboca en la nostalgia y el pesimismo, a veces incluso en la “profecía autocumplida”. Los mitos del “pasado de oro” y de su irremediable pérdida, el pesado tributo pagado a un pasado considerado incomparable, además de otros componentes, constituyen la plataforma para ideas y nociones que por lo general afirman perspectivas conservadoras, tanto en la sociedad como en la cultura, lo que, por supuesto, también incluye la trayectoria vital de todo deporte.

Un acercamiento más riguroso y sistemático acerca de la participación de Uruguay en los Mundiales de fútbol tiene el mérito suplementario de poner de manifiesto las consecuencias muy negativas del rezago político e intelectual de los uruguayos en estos temas, así como de renovar la exigencia de una mayor presencia al respecto. Hemos tenido la oportunidad, en estos últimos años, de aquilatar de nuevo la fuerte significación de disputar y competir efectivamente en un Campeonato del Mundo, de valorar todo lo que significa la sola participación en esas instancias, de advertir todos los intereses que se juegan, de confirmar –una vez más– la animadversión manifiesta que los poderosos de la FIFA pueden llegar a prodigarle a este “enano molesto” que a veces es Uruguay y su selección, experto en ser el “convidado de piedra” de estos torneos globales. A diferencia de lo que a menudo se dice, el “pasado no pasa”, siempre llega al presente. Eso también ocurre a nivel del fútbol internacional, en el que muchísimos países darían lo que no tienen por ostentar una historia de glorias como la que posee la Celeste.
Jules Rimet remet la première coupe au président de la fédération de football de l’Uruguay

No se trata por cierto de vivir del pasado o de cultivar nuevamente esa enfermedad colectiva que durante décadas aquejó al Uruguay : la de la “utopía retrospectiva”, la del mito conservador del “pasado de oro” que tanto dificulta la imprescindible adaptación a lo nuevo, la de que lo mejor que nos puede ocurrir es “volver a ser”. Con la brújula en la construcción del futuro, como aquellos pioneros de la matriz legada desde Colombes en 1924 hasta Maracaná en 1950, de lo que se trata es de recuperar en forma integral una historia magnífica, como inspiración y no como ancla, de cuidar ese patrimonio intangible que vale y mucho, de aprender también a elaborar los “orgullos” para alentar y forjar mejor el porvenir.

El maestro Washington Tabárez (técnico legendario de la selección uruguaya) y sus futbolistas lo saben y se han empeñado en enseñarlo a la sociedad de la que provienen y a la que han representado. Más allá de triunfos y derrotas, circunstancias vitales ambas y sujetas a tantos imponderables, lo relevante radica en la rebeldía de contribuir a continuidades cuya ruptura distorsiona tanto los desempeños como los valores y anhelos que los inspiran. “El fútbol uruguayo es en buena medida su historia”, ha sabido decir el que hasta este año 2022 fue técnico de la Celeste. Si ello es así, como creemos, recuperemos el “alma de los hechos” (Juan Carlos Onetti dixit), que es el cimiento de esa maravillosa historia. Y aprendamos a cambiar desde ella y no contra ella, que así se cimenta en forma radical un futuro mejor.

* * *

A cuatro años de Rusia 2018 y en vísperas de un nuevo Mundial con la celeste compitiendo, lo primero que siento es que parece haber transcurrido casi una eternidad… ¡Y son apenas cuatro años y poco ! ¡Pero qué años ! En lo global, en lo nacional, en lo deportivo y, con seguridad, también en esa dimensión personal que siempre revive cuando recordamos (y para los futboleros de este pequeño país, al menos, los Mundiales, sobre todo cuando juega Uruguay, nos ayudan a ordenar el tiempo y la historia). Ha pasado de todo en verdad : desde la pandemia a la invasión a Ucrania, desde los cambios geopolíticos a nivel internacional hasta las nuevas tecnologías que hoy forman parte de nuestra vida cotidiana y que hace cuatro años todavía no estaban, todo parece converger en ese sentido de vértigo y aceleracionismo, al que parece que nos hemos resignado.

Tampoco fueron “serenos” estos últimos años para la selección uruguaya : esas Eliminatorias tan impactadas por el Covid 19 y por lo imprevisto, los vaivenes en los resultados y el final abrupto de la “era Tabárez”, esa exitosa clasificación final con el nuevo técnico Diego Alonso al frente, las tensiones persistentes del lugar del fútbol en nuestra sociedad, de sus azarosos vínculos con la política y la economía, entre el adentro de Uruguay y el afuera de un mundo tan convulsionado e imprevisible. Con una sede bastante extraña como es Qatar, las expectativas que genera ese “festival global” que sigue siendo un Mundial de fútbol se renuevan y reaparecen, tozudamente, como queriendo afirmar su arraigo luego de tantas incertidumbres. Con seguridad, todos hemos cambiado bastante más de lo que aceptamos y de lo que suponemos.
Match France-Uruguay en 2018 en Russie

Lo veamos desde donde lo veamos, la selección uruguaya viene de un ciclo indudablemente virtuoso, si es que todavía podemos medir y relatar con una mínima consistencia estos asuntos que despiertan entre nosotros tanta pasión. Desde la mirada del afuera ese diagnóstico no admitiría discusión alguna pero, en nuestra aldea, hace un tiempo que todo (sobre todo la política y el fútbol) ha comenzado a confrontarse desde mundos que no convergen, en esta era de dominio de las percepciones y las performances. Sin embargo, todavía hay espacio (lo creo y deseo que nunca lo perdamos) para hermanarnos con la celeste, desde esa reconciliación entre ella y la sociedad uruguaya, un producto extraordinariamente valioso de los tiempos del maestro Tabárez.

¿Cómo heredar desde su mejor versión los triunfos y los éxitos de estos últimos años ? ¿Cómo recrear “esa continuidad que en algún momento se rompió”, como registraba con sabiduría Tabárez hace cuatro años ? ¿Cómo cambiar para renovar la tradición desde su máxima proyección ? ¿Cómo unir las raíces con el futuro, una vez más ? Como ya se ha señalado, la conservación y la reiteración no son buenos caminos, tampoco la restauración en ninguna de sus formas, menos aun si es maquillada. La mezcla de veteranos y de juveniles, de experiencia y de novedad, por cierto que habita en el plantel de jugadores que se perfila. El nuevo técnico Diego Alonso parece haber encontrado la fórmula para articular ambas dimensiones, que siempre resultan buenos complementos en un equipo de futbolistas. Una vez más se trata de forjar el mejor porvenir, sin amarras ni anclas, pero sin interrumpir la mejor continuidad de lo virtuoso.

En Rusia 2018 por primera vez sentí en forma personal que la celeste podía ganar el Mundial y que Uruguay podía ser nuevamente “campeón del mundo”. Y que nuestra selección podía hacerlo sin recaer en las peores formas de esa vieja “tecla” nostalgiosa y conservadora de un retorno (imposible por otra parte) al “pasado de oro”. Entre las emociones de aquella tarde de derrota de los cuartos de final contra la Francia luego campeona del mundo, sentí en verdad que eso era posible y que incluso, de producirse, ese acontecimiento podía hasta cambiar el relato histórico de nuestro país, sus claves narrativas. El resultado no fue el ansiado y a pesar de todo, Uruguay pudo conquistar un 5º lugar hazañoso, que una vez más, no aprendimos a valorar en su enorme dimensión. Pero la magia de la vida y la contingencia del deporte continúan, a pesar de todos los pesares. El fútbol sigue siendo un juego y también una aventura en la que el chico le puede ganar al poderoso, en la que hay una posibilidad, siempre, entre David y Goliath. La gran satisfacción de haber clasificado ha quedado atrás. Y para la Celeste, ahora no hay otra forma de enfrentar lo que viene que asumir -y por qué no, disfrutar- esta nueva convocatoria al sueño, desmesurado e imprescindible.


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Un sueño desmesurado : Uruguay ante los Mundiales de Fútbol de Gerardo Caetano est mis à disposition selon les termes de la licence Creative Commons Attribution - Pas d'Utilisation Commerciale - Pas de Modification 4.0 International.

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Gerardo Caetano est historien et politologue. Docteur en histoire, il est professeur de sciences politiques et de sociologie dans le cadre de l’enseignement de l’histoire de l’Uruguay contemporain à l’Universidad de la República. Parmi de nombreuses distinctions, retenons par exemple qu’il a été Président du Conseil Supérieur de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) ; membre de l’Académie Nationale de Lettres de l’Uruguay.

Gerardo Caetano faisait partie de l’équipe du Club Atlético Defensor qui a gagné le championnat d’Uruguay en 1976. Il a participá au Mundial des -20 ans avec la Celeste. Une blessure grave l’a contraint à abandonner le football à 22 ans.

Il est l’auteur de très nombreux travaux, livres et articles, dont La República Batllista. Montevideo, Ed. de la Banda Oriental, 2011 (Prix national d’Histoire en 2012) et la Historia Minimal de Ururguay, México, Colegio de México,2019.


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